23 de agosto de 2012

25 días.

París queda hoy a 25 días de distancia.
Está, a algo menos de una decena de despedidas en las que me sobrarán palabras y en las que habrá beneficios extraordinarios para las empresas de kleenex. Grabaré con ellas, abrazos para cuando llegue la nieve. 
De la sombra de la dama de hierro francesa me separan infinitos escalofríos incoherentes bajo un calor inhumano. Me dista el reto de no congelarme en una fotografía cuando pulse el botón de pause de mi vida en esta malherida España. Mientras me corroe la duda si en el momento de la verdad se me escurrirá el destino hasta el de stop.

Apenas soy capaz de controlar el temblor de las piernas mientras la distancia me susurra uno a uno, todos los kilómetros a los que estaré de las miradas bajo las que no hace falta quitarse la ropa para desnudarse. El horizonte se nubla de ausencias, de catastróficas hipótesis y de reemplazamientos que pudren las ganas con el moho del "demasiado grande".
Y mientras apunto el número de teléfono en el cartel de "se alquila" para mi hogar en las calles de Granada, el mapa de caracol parisino se retuerce en una espiral de 20 distritos hechos de renuncias.

Mi maleta me mira vacía desde la cama deshecha y le pregunto a sus cremalleras cómo se mete el ruido de una vida. Si cabe el miedo en el doble fondo. Que cómo se doblan las sonrisas que echaré de menos para que quepan. Le dejo caer a media voz, ¿cuál es el peso máximo de recuerdos que podré facturar sin coste adicional?

Sosteniéndome la mirada me contesta que la respuesta está en la tarjeta de embarque, si es de ida o huida.




Foto: http://maxibransdale.tumblr.com

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